Quien
lo conoce, tiene alguna teoría sobre su salud mental. Pero él, está sano.
Hace
lo que hace y lo hace como lo hace por una simple razón. Nunca tuvo una idea.
Una
noche de invierno, una sensación espantosa lo despertó. Un escalofrío cabalgó
por su columna. Salió corriendo directo al baño. Algo adentro suyo quería
salir. Se obligó a vomitar. El malestar empeoraba. Era el corazón, latía muy
rápido. Estaba por morir. Miró al espejo, tenía los ojos rojos y las venas de
la cabeza a punto de explotar. Se asustó. Las piernas se le aflojaron y cayó
rendido al suelo. Comenzó a reírse, reírse sin parar. Se levantó, se quitó la
ropa, prendió la radio y se puso a bailar desnudo. Abrió la heladera, sirvió un
vaso de leche y comenzó a hacer gárgaras. Cambió los muebles de lugar, le habló
a las plantas, hizo pis de parado y se vistió con la ropa de su difunta madre.
Luego se desmayó.
Su
primera idea había nacido.
Despertó
cerca del mediodía. Tenía sed, hambre,
ganas de viajar, conocer mujeres, ir al cine y comer chocolate. Se dio una
ducha y luego renunció a su trabajo. Tenía la mirada perdida y una sonrisa
dibujada. Tenía una idea, su primera idea y era brillante. No iba a parar hasta
llevarla a cabo. Necesitaba cambiar su
día a día. Necesitaba dinero y poder. Desarrolló un producto, lo comercializó,
invirtió en una oficina, luego construyó una fábrica. Su emprendimiento
lideraba los mercados. Necesitaba más dinero, esas cantidades que no se
consiguen trabajando. Salió a caminar, observó, diseñó y resolvió. Al otro día
las tapas de los diarios hablaban del mayor robo a un banco de la historia.
Llegó el momento de conseguir apoyo, el momento de ser popular. Ganarse a los
vecinos fue muy fácil, la ciudad, la provincia, el país, eran cuestión de tiempo.
Pero no era suficiente. El día que todo el mundo hablaba de él, ese día, se dio
cuenta de que faltaba poco. Respiró hondo y se relajó, sintiendo como el aire
que entraba en su cuerpo acariciaba su idea, su única idea. Era cuestión de
tiempo para cambiar la historia. Solo le faltaba morir. Una muerte rápida, sin
dolor. Una muerta con mensaje.
Por
primera vez se cuestionó. Lo que más deseaba, lo único que deseaba, era ver su
idea realizarse. Para ello, tenía que morir. Maldita paradoja.
En
ese momento un dolor de cabeza terrible le obligo a cerrar los ojos. Estaba
confundido, su brújula giraba sin parar. Abrió los ojos, todo estaba nublado.
Empezó a correr esperando que el sudor lo vacíe. Sintió como el pecho se le
comprimía, era un dolor tácito. Intento respirar hondo, acariciar nuevamente su
idea, agarrarse fuerte de ella, pero no pudo. La angustia lo obligó a vomitar.
Se le aflojaron las rodillas y en aquél punto donde debía morir, simplemente se
desmayó.
Su
idea, su brillante idea, había nacido de entre sus vísceras, crecido a través
de su corazón y se instaló en su cabeza. Esta vez el camino fue el inverso.
Comenzó en su cabeza, luego tomó su corazón para finalmente revolverle las
vísceras.
Su primer dilema había nacido.
(Brunitus)
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