Los
camarines del circo son un semillero de imágenes fuera de foco. Presenciar la
metamorfosis del que viene de la calle y luego entra a la pista, es una
experiencia disparatada. No hablo del maquillaje, los brillos y el vestuario.
Hablo de la energía, la presencia.
En
la pista, el artista está iluminado por las luces del circo y el público se
encuentra en penumbras. El artista debe ser un reflector, compartir y potenciar
las luces que le apuntan. Las lentejuelas ayudan, pero no es suficiente.
El
anhelo es encandilar con el arte.
En
los camarines, las luz es tenue y rebota en los espejos, yendo y viniendo hasta
desvanecerse. No hay artistas, sólo sombras y reflejos de simples personas.
El
telón de fondo es la línea que separa la persona del artista.
El
limbo escénico.
Existen
grandes contradicciones entre estos dos mundos. La más popular, el payaso que
en la vida es triste y en escena hacer reír. Pero hay más: el malabarista sin
reflejos, la trapecista con miedo a las alturas, el forzudo sin fuerza, el
equilibrista que se tropieza seguido.
De
todas esas contradicciones, hace unos días he sido espectador de una que bordea
los límites de transformarse en paradoja:
"El
payaso que lee libros de autoayuda"
El
payaso no actúa, es. Se ríe de sí mismo, de sus errores, juega. Las debilidades
personales pasan a ser recursos escénicos. El payaso no se defiende, se
entrega. La búsqueda del propio payaso es un camino reflexivo. El payaso
disfruta. No tiene nada que perder. Es libre.
Una
persona que lee libros de autoayuda no es libre. Siente que pierde todo el
tiempo. No disfruta. Busca en reflexiones ajenas. Está a la defensiva, le cuesta entregarse.
Sus debilidades le encadenan. Sufre sus errores, le cuesta reírse de sí mismo.
Una persona que lee libros de autoayuda no es, actúa.
¿Puede
alguien ser payaso en la pista y leer libros de autoayuda en el camarín?.
¿Puede
la travesía ser tan transformadora?.
Yo
pensaba que no, hasta que lo vi con mis propios ojos.
El
payaso que lee libros de autoayuda existe, está entre nosotros.
Y
el público ríe con él.
(Brunitus)
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