"Poesía Cirquera" es un proyecto literario. Un proyecto de divulgación pasional. Un proyecto que difunde a través de las distintas formas de la literatura, la pasión por los procesos creativos en general y por el circo y los espectáculos callejeros en particular. El proyecto se divide en dos grandes áreas:

La primera está conformada por textos escritos por Bruno M. Gagliardini (Brunitus), el director y generador del proyecto, artista de circo y artista callejero que dedica su vida a estas artes. La segunda es una recopilación de textos de los más variados autores y géneros, resultado de la búsqueda e investigación propia y la colaboración y sugerencia de amigos y colegas.

Así conviven cuentos, relatos, poemas y ensayos inspirados en el circo y sus personajes, la calle y su público. La risa, la idea, el riesgo, el sudor, los aplausos, el silencio. El circo, redondo como la luna, también tiene su cara oculta.

"Poesía Cirquera" es una grieta en la lona por donde espiar este fantástico mundo.
Pasen y vean. Pasen y lean...

Tornillo

Empecé por cambiar mi forma de vestir, imposible hacer mérito con la simpleza.  Por suerte, la extravagancia me sentaba muy bien. Practiqué una nueva forma de caminar y detenerme. Adiós al fantasma que arrastra los pies, bienvenido el bailarín de las veredas. Mi voz, mi manera de hablar. Tantos años susurrando, había llegado el momento de ser escuchado.

El segundo paso fue frecuentar lugares acordes a mi búsqueda. Mientras revolvía lentamente el café ostentaba la tapa de los libros que estaba leyendo, libros que había elegido en forma minuciosa. Fumaba pipa, usaba boina, me sentaba cruzando las piernas. Era sólo cuestión de tiempo.

Fui sumando detalles, evolucionando. Silbaba melodías que solo ellos reconocerían, consumía drogas, me involucré en política. Exageré un poco más mi andar y mi ropa. Decidí gritar y pasear cargando varios libros. Eso funcionaría.

Al poco tiempo leía y cantaba a la vez. Fumaba dos pipas, usaba dos boinas, militaba en dos partidos políticos. Duplicar mis esfuerzos achicaría el tiempo de espera a la mitad. Matemática pura.

Finalmente había llegado el momento de mi reconocimiento.

Me paré en la puerta de su taller. Mi pié derecho, el del zapato amarillo, sostenía todo mi peso. Mi pié izquierdo, el del zapato verde, se apoyaba contra la pared. Mis dos pipas dibujaban nubes que me daban sombra, mientras iba cargando la tercera para que el encuentro no me agarre desprevenido. Las cuatro viseras de mis cuatros boinas cubrían todos los frentes de batalla. Arrastraba un pequeño carro de madera lleno de libros. Silbaba, cantaba y gritaba. Había entrenado la manera de hacer las tres cosas en simultáneo y me salía a la perfección.

Para asegurarme de llamar su atención arrojé una piedra rompiendo el vidrio de su ventana. Entonces salió.

Apenas lo vi me di cuenta del error que había cometido. Él usaba moño. ¿Por qué no me había puesto un moño en lugar de mis cinco corbatas?. Me miró. Que mirada. Había practicado esa mirada horas frente al espejo. Pero la de él era profesional. No dijo nada. Yo gritaba, silbaba y cantaba. Y él, nada. No tenía boinas, su traje era de un simple gris y su sonrisa genuina. Esa era la principal diferencia. Yo de genuino no tenía nada. Hice silencio. Tiré mis cuatro boinas al suelo, me arranqué las cinco corbatas, arrojé al río mi zapato verde y con el amarillo rompí otro vidrio de su ventana. Escupí mis pipas, las tres. Me desnudé por completo. ¿Qué mejor manera de demostrar mi falta de prejuicios e inhibiciones?. Me puse a saltar sobre los libros desparramando sus hojas por la vereda. Era pura rebeldía.

Lentamente realizó medio giro y volvió a su taller. Dejó la puerta abierta.

Me detuve. Estaba solo, desnudo en la calle.
Hice paso a paso lo que tenía que hacer. Mis esfuerzos habían llegado a buen puerto. Ya veía una mesa gigante con todos ellos aplaudiéndome y yo recibiendo mi merecido trofeo. Lo había logrado.

Volvió. Me cubrió con una frazada.
Pausada y cariñosamente me dijo:


“Es inútil pedirlo, ni hacer méritos. No es loco quien quiere, sino quien puede”


                                                                            (Brunitus)

                                                       
En el año 1948 Benito Quinquela Martín creó "La Orden del Tornillo". Con picardía, le dio coherencia a la locura. Para la gente común, preocupada por las cosas materiales, estos hombres y mujeres viven en estado de locura. Ellos saben de esta opinión y la aceptan con humor. Son "los locos" que se evaden de los cuerdos, de los egoístas, de los calculadores.
La incorporación de nuevos miembros se convirtió en una fiesta, Quinquela se colocaba su uniforme y hacía entrega de un simbólico tornillo. Todos los distinguidos recibían la advertencia: "Este tornillo no los volverá cuerdos, muy por el contrario, los preservará contra la pérdida de esa locura luminosa de la que se sienten orgullosos."

A continuación, y alrededor de una gran mesa con mantel de papel blanco, brindaban con vino y comían fideos de colores…


2 comentarios:

  1. haces feliz a la gente con tus poesias y tus funciones te lo agradecemos mucho. antonia bahia blanca 7/11/2015

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