"Poesía Cirquera" es un proyecto literario. Un proyecto de divulgación pasional. Un proyecto que difunde a través de las distintas formas de la literatura, la pasión por los procesos creativos en general y por el circo y los espectáculos callejeros en particular. El proyecto se divide en dos grandes áreas:

La primera está conformada por textos escritos por Bruno M. Gagliardini (Brunitus), el director y generador del proyecto, artista de circo y artista callejero que dedica su vida a estas artes. La segunda es una recopilación de textos de los más variados autores y géneros, resultado de la búsqueda e investigación propia y la colaboración y sugerencia de amigos y colegas.

Así conviven cuentos, relatos, poemas y ensayos inspirados en el circo y sus personajes, la calle y su público. La risa, la idea, el riesgo, el sudor, los aplausos, el silencio. El circo, redondo como la luna, también tiene su cara oculta.

"Poesía Cirquera" es una grieta en la lona por donde espiar este fantástico mundo.
Pasen y vean. Pasen y lean...

El espejismo de la perfección (Carlos Gardini)

Las esferas de cristal giran armónicamente contra el cielo limpio. Los dedos del malabarista las rozan apenas, con una precisión y una gracia envidiables: casi invisibles en su agilidad, son un soplo, una brisa, una fuerza impalpable que gobierna el movimiento. Esa visión privilegiada sólo puede tenerse desde un ángulo: el mío. Es una grata ilusión de perfección, pero la ilusión se rompe en cuanto una visión más amplia abarca todo lo que rodea la ilusión, lo que la vuelve posible. Es como los espejismos: si no hubiera distorsiones ópticas, si no hubiera predisposición para la alucinación, si no hubiera desierto, el espejismo no existiría. Aquí el desierto es el parque de diversiones. Bajo el cielo limpio, está la gente comiendo sandwiches o helados, y los toldos chillones, los juegos ruidosos, los artistas mediocres. Bajo las esferas de cristal, bajo las manos estilizadas del malabarista, está el malabarista: yo, que gozo del espejismo de la perfección sufriendo por mis imperfecciones.

Mis manos son envidiables, pero el resto de mi ser está irremediablemente corrupto. La perversa sabiduría de la administración del parque de diversiones quiso que el malabarista no manejara aros de metal, ni bolos de madera, ni pelotas de acrílico, sino esferas de cristal que no son esferas de cristal, sino mundos. Lo que parece cristal es el agua de los océanos de esos mundos brillando en el cielo limpio. Gracias al movimiento que les imprimen mis manos, esos mundos crecen, evolucionan y engendran sus propias formas de vida. Cuando mis manos dejan de manejarlos, cuando cesa el movimiento, la quietud tiene el mismo efecto que tendría en nuestro mundo la detención de la tierra. Vientos de fuego los arrasan, y aludes de agua, convulsiones que preludian muerte y desolación.

Un malabarista es sólo un adorno en un parque de diversiones. La gente viene a comer y jugar, no a ver malabaristas, y apenas presta atención a las excelencias de su arte. La gente pasa frente a mí y rara vez se detiene a admirar mi destreza. En general sigue de largo sin siquiera enterarse de que existo. Todos prefieren al Muerto Que Habla, que les hace reír. Aunque para dominar mi arte se requieren años de práctica y concentración, porque nada exige más energía que la disciplina del equilibrio, el profano que busque diversión quedará defraudado por el espectáculo. Observar una sucesión de movimientos perfectos es tan divertido como observar el ayuno de un anacoreta. No hay diversión, sino predominio del espíritu sobre la materia. La gente se inclina por la tosquedad de la materia: estar muerto es lo más fácil del mundo, y la gente prefiere a un muerto.

Por eso mismo, la administración decidió que manipulara estas esferas de cristal que no son esferas de cristal. Hay una exquisita ironía en el hecho de que el público desfile con indiferencia ante una exhibición de mundos condenados al desastre.

Cuando empiezo mi actuación, las esferas son cuerpos inertes, fríos. A medida que se estabilizan en el aire por virtud del movimiento, siento cómo crece en ellas la tibieza de la vida. Miríadas de seres que jamás conoceré crecen, se reproducen y mueren en cada una de ellas. Cada una de ellas adquiere características propias e irrepetibles a medida que giran alrededor de mis manos como un pequeño sistema solar. En algunas asoma a veces la inteligencia, y el pensamiento se propaga como una telaraña de luz. A veces, a través de mis manos, una esfera inteligente logra comunicarse con otra. Primero intercambian mensajes abstractos relacionados casi siempre con la armonía del movimiento (del movimiento que les imprimen mis manos), luego se comunican sus penas y alegrías, sus reflexiones sobre los ruidos que les llegan desde el espacio exterior (es decir, el bullicio del parque de diversiones, que para los habitantes de las esferas debe parecer una oleada de ondas imprecisas) y sobre la Gran Fuerza que los impulsa (las manos del malabarista, para ellos tan gigantescas que resultan invisibles, como el malabarista mismo). Algunos me intuyen y me hablan, o me rezan. Otros dicen que soy una superstición, una quimera. Qué más da. Unos y otros serán destruidos por igual.

Al final de cada día, las esferas de cristal deben guardarse en sus cajas, y cuando las detengo empieza en ellas la gran noche de la muerte. En esos pequeños mundos, millones de años han transcurrido en pocas horas, se han sucedido eras geológicas y etapas biológicas, y a veces períodos históricos. En algunos casos surgen civilizaciones que superan sin esfuerzo los logros de los que tanto nos envanecemos en nuestras enciclopedias por fascículos. Si tan sólo el movimiento de las esferas se prolongara un día más, no me extrañaría que hallaran el modo de mantenerlo por sus propios medios. Pero las reglas de la administración son estrictas: las esferas deben guardarse en las cajas.  El parque de diversiones no está para cumplir con mis deseos, ni con los del público, y mucho menos con los deseos de los pequeños habitantes de las esferas de cristal, sino para cumplir con los deseos de seres (o no seres) cuya magnitud y propósito desconozco.

Parte de la ironía, estoy seguro, consiste en la ambigüedad de mis propios sentimientos. He perfeccionado un arte, y no puedo renunciar a él. Me esmero para que las esferas no se caigan jamás, para que el gran ciclo se renueve diariamente en cada uno de mis pequeños mundos, y siento remordimientos cada vez que intuyo rezos, aunque también me molesta que los habitantes de las esferas crean que yo puedo regir cientos de destinos individuales. A veces, cediendo a un impulso, cometí el error de apurar más de lo conveniente el movimiento de las esferas, con la vana esperanza de que la evolución de la vida se acelerara en ellas y pudieran liberarse de mi siniestra tutela. El resultado ha sido que la velocidad redujo a cenizas la superficie de esos mundos, o que los dejé caer por mera torpeza. Imprimirles movimientos más lentos para provocar el efecto contrario quitaría belleza al espectáculo. Por lo tanto, para no empeorar las cosas, he cultivado la indiferencia, y la indiferencia ha derivado en desdén, y el desdén en cinismo, y el cinismo en arrepentimiento, y el arrepentimiento en dolor, y el dolor en horror, y el horror en indiferencia.

En ese ciclo incesante asoma a veces el sol de la piedad, pero la piedad no puede figurar entre mis atributos. No debo dejarme cautivar por perfecciones transitorias. Cultivo la perfección, pero no dejo que me seduzca.

Cuando un mundo se derrumba, cuando la muerte calcina piel y tritura huesos, cuando los mares aplastan ciudades, cuando la falta de aire asfixia bosques, cuando la inercia arranca montañas de cuajo, cuando el gran ruido de afuera se apaga para siempre y empieza la larga noche de la muerte, el malabarista se alegra en su corazón. Con la noche de la muerte se apagan los rezos y nace un nuevo silencio, un nuevo paréntesis en la incesante y renovada llaga del sufrimiento diario que le inflige ser la causa involuntaria de las vidas que debe segar.


                                                (Carlos Gardini)

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