"Poesía Cirquera" es un proyecto literario. Un proyecto de divulgación pasional. Un proyecto que difunde a través de las distintas formas de la literatura, la pasión por los procesos creativos en general y por el circo y los espectáculos callejeros en particular. El proyecto se divide en dos grandes áreas:

La primera está conformada por textos escritos por Bruno M. Gagliardini (Brunitus), el director y generador del proyecto, artista de circo y artista callejero que dedica su vida a estas artes. La segunda es una recopilación de textos de los más variados autores y géneros, resultado de la búsqueda e investigación propia y la colaboración y sugerencia de amigos y colegas.

Así conviven cuentos, relatos, poemas y ensayos inspirados en el circo y sus personajes, la calle y su público. La risa, la idea, el riesgo, el sudor, los aplausos, el silencio. El circo, redondo como la luna, también tiene su cara oculta.

"Poesía Cirquera" es una grieta en la lona por donde espiar este fantástico mundo.
Pasen y vean. Pasen y lean...

Destino

El despertador suena, a la misma hora de siempre, pero con una melodía distinta. Muy distinta. Una canción alegre que parece sarcástica frente al humor con el que Carlos se despierta todos los días. Carlos se encuentra en el limbo entre estar dormido o despierto y no registra este cambio. Un cambio que nadie programó pero que igual sucedió.
Un golpe recupera el silencio.


Carlos se levanta de la cama y va directo al baño. Se lava los dientes, la cara y recién entonces puede abrir grande sus ojos. Carlos delinea su peinado suavemente y buscando la simetría descubre que su nariz está un poco hinchada. No le pica, ni le duele, sólo está un poco hinchada. Piel sensible, problemas con la vista, pelado desde joven, chueco y alérgico a casi todo. Así es Carlos.

Mientras la radio resume las últimas noticias, Carlos se viste al ritmo de la cotización de la bolsa y del caos del tránsito. Camisa blanca, pantalón, saco y corbata gris. Carlos odia muchas cosas, entre ellas, los colores.

Se ata los cordones prolijamente buscando que las extremidades queden parejas. Ajusta el nudo, lo ajusta más fuerte que nunca. Pero igual siente que los zapatos quedan flojos. Seguramente le vendieron mal las plantillas.

Maletín, lentes, paraguas y pañuelo. Carlos espera el ascensor. Sube y se encuentra con Matilda, una niña de siete años que va a la escuela. Carlos la mira, hace un esfuerzo y le sonríe. Matilda comienza a llorar desesperadamente. Carlos odia muchas cosas, entre ellas, los niños.

Carlos sale apurado, el portero lo saluda y él lo ignora, la vecina lo saluda y él la ignora. Carlos avanza rápidamente. Su cabeza piensa en todo lo que los demás tienen que hacer. Cierta incomodidad interrumpe sus pensamientos. Siente el pantalón flojo. Carlos se ajusta el cinturón un agujero más y se enorgullece que su dieta está funcionando. Sigue avanzando a paso firme y ritmo veloz, mirando el suelo.

Carlos llega a su trabajo. Sí, es suyo. Él es el dueño.
El señor de seguridad, la secretaria, los empleados, todos lo miran horrorizados. Nadie entiende pero, por sobre todo, nadie se atreve a decir nada.

Carlos se encierra en su oficina. Se siente mal, está incómodo. Toma pastillas, alguna va a funcionar. Espera, sigue encerrado. Del otro lado, el hombre de seguridad, la secretaria y los empleados murmuran. 

Pasan las horas. Carlos sale de su encierro y  se dirige al baño. 
Abre la puerta. Entra. Cierra la puerta. Grita.

Abre la canilla al máximo, el agua sale con furia. Carlos se refriega desesperadamente la cara. Primero con agua y jabón, pero no funciona. Comienza a raspar sus cachetes con las uñas, pero todo sigue igual. Agarra su nariz, la aprieta, la mira, intenta arrancársela pero el dolor lo obligo a frenar. Carlos transpira. Intenta sacarse ese horrible saco donde está metido. Algo está mal, la tela es parte de su piel. Las mangas del saco son sus brazos, la corbata ya no es gris, el pantalón son sus piernas y los zapatos sus pies. Carlos revuelve entre los productos de limpieza. Vacía toda botella que encuentra sobre su cuerpo: el pelo, el rostro, la ropa. Grita por el ardor. Todo sea por desteñirse, desinfectarse.
Pero nada cambia.

Carlos se desespera. Comienza a golpear su cabeza contra la pared buscando despertar. Pero esa, es su nueva realidad. No lo soporta, respira hondo y se dirige a su oficina. Se encierra. Piensa. Lucha. Carlos está perdiendo. Abre su caja fuerte y del fondo saca un arma. Carlos se mira al espejo por última vez. Nunca lloró y ahora tiene una lágrima dibujada en su ojo izquierdo. Intenta secársela pero la lágrima sigue ahí,  petrificada.
Carlos toma el arma y la apoya sobre su sien.

Respira hondo. Con su última porción de lucidez piensa en su empresa, su dinero, su prestigio, su poder. Piensa en lo que dirán los demás.

Carlos cierra los ojos y dispara.
Un chorro de agua sale del arma.
Muere un empresario ambicioso y malhumorado.

Nace un payaso.


                      (Brunitus)




3 comentarios:

  1. Y salvó su vida.


    PD:..siempre estamos a tiempo de volver a nacer...

    Un abrazo!

    M.Helvecia

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  2. Excelente! tantas veces he muerto, me han, y me he asesinado arriba de un escenario que este cuento podria ser el espectacular relato de una funcion

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  3. Maravillosamente genial, morir como lo que soy y no disfruto y resucitar en lo que uno Ama... un gran aplauso !

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