El
despertador suena, a la misma hora de siempre, pero con una melodía distinta.
Muy distinta. Una canción alegre que parece sarcástica frente al humor con el
que Carlos se despierta todos los días. Carlos se encuentra en el limbo entre
estar dormido o despierto y no registra este cambio. Un cambio que nadie
programó pero que igual sucedió.
Un
golpe recupera el silencio.
Carlos
se levanta de la cama y va directo al baño. Se lava los dientes, la cara y
recién entonces puede abrir grande sus ojos. Carlos delinea su peinado
suavemente y buscando la simetría descubre que su nariz está un poco hinchada.
No le pica, ni le duele, sólo está un poco hinchada. Piel sensible, problemas
con la vista, pelado desde joven, chueco y alérgico a casi todo. Así es Carlos.
Mientras
la radio resume las últimas noticias, Carlos se viste al ritmo de la cotización
de la bolsa y del caos del tránsito. Camisa blanca, pantalón, saco y corbata
gris. Carlos odia muchas cosas, entre ellas, los colores.
Se
ata los cordones prolijamente buscando que las extremidades queden parejas.
Ajusta el nudo, lo ajusta más fuerte que nunca. Pero igual siente que los
zapatos quedan flojos. Seguramente le vendieron mal las plantillas.
Maletín,
lentes, paraguas y pañuelo. Carlos espera el ascensor. Sube y se encuentra con
Matilda, una niña de siete años que va a la escuela. Carlos la mira, hace un
esfuerzo y le sonríe. Matilda comienza a llorar desesperadamente. Carlos odia
muchas cosas, entre ellas, los niños.
Carlos
sale apurado, el portero lo saluda y él lo ignora, la vecina lo saluda y él la
ignora. Carlos avanza rápidamente. Su cabeza piensa en todo lo que los demás
tienen que hacer. Cierta incomodidad interrumpe sus pensamientos. Siente el
pantalón flojo. Carlos se ajusta el cinturón un agujero más y se enorgullece
que su dieta está funcionando. Sigue avanzando a paso firme y ritmo veloz,
mirando el suelo.
Carlos
llega a su trabajo. Sí, es suyo. Él es el dueño.
El
señor de seguridad, la secretaria, los empleados, todos lo miran horrorizados.
Nadie entiende pero, por sobre todo, nadie se atreve a decir nada.
Carlos
se encierra en su oficina. Se siente mal, está incómodo. Toma pastillas, alguna
va a funcionar. Espera, sigue encerrado. Del otro lado, el hombre de seguridad,
la secretaria y los empleados murmuran.
Pasan
las horas. Carlos sale de su encierro y
se dirige al baño.
Abre
la puerta. Entra. Cierra la puerta. Grita.
Abre
la canilla al máximo, el agua sale con furia. Carlos se refriega
desesperadamente la cara. Primero con agua y jabón, pero no funciona. Comienza
a raspar sus cachetes con las uñas, pero todo sigue igual. Agarra su nariz, la
aprieta, la mira, intenta arrancársela pero el dolor lo obligo a frenar. Carlos
transpira. Intenta sacarse ese horrible saco donde está metido. Algo está mal,
la tela es parte de su piel. Las mangas del saco son sus brazos, la corbata ya
no es gris, el pantalón son sus piernas y los zapatos sus pies. Carlos revuelve
entre los productos de limpieza. Vacía toda botella que encuentra sobre su
cuerpo: el pelo, el rostro, la ropa. Grita por el ardor. Todo sea por
desteñirse, desinfectarse.
Pero
nada cambia.
Carlos
se desespera. Comienza a golpear su cabeza contra la pared buscando despertar.
Pero esa, es su nueva realidad. No lo soporta, respira hondo y se dirige a su
oficina. Se encierra. Piensa. Lucha. Carlos está perdiendo. Abre su caja fuerte
y del fondo saca un arma. Carlos se mira al espejo por última vez. Nunca lloró
y ahora tiene una lágrima dibujada en su ojo izquierdo. Intenta secársela pero
la lágrima sigue ahí, petrificada.
Carlos
toma el arma y la apoya sobre su sien.
Respira
hondo. Con su última porción de lucidez piensa en su empresa, su dinero, su
prestigio, su poder. Piensa en lo que dirán los demás.
Carlos
cierra los ojos y dispara.
Un
chorro de agua sale del arma.
Muere
un empresario ambicioso y malhumorado.
Nace
un payaso.
Y salvó su vida.
ResponderEliminarPD:..siempre estamos a tiempo de volver a nacer...
Un abrazo!
M.Helvecia
Excelente! tantas veces he muerto, me han, y me he asesinado arriba de un escenario que este cuento podria ser el espectacular relato de una funcion
ResponderEliminarMaravillosamente genial, morir como lo que soy y no disfruto y resucitar en lo que uno Ama... un gran aplauso !
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